donde nuestra
protagonista extrema todos sus recursos en la lucha contra modernos molinos,
empleando como recursos la paciencia, la austeridad, la perseverancia y un
optimismo un tanto ingenuo, pero que en última instancia la sostiene hasta el
fin y le permite seguir teniendo fe en que la vida vale la pena, a pesar de
todo.
Llegar a los
60 años tiene sus ventajas.
Si te
conservas bien, aparte de no encontrar trabajo porque te consideran ya
incompetente, estás en un momento donde realmente tienes experiencia y
conocimiento de la vida. Además te puedes jubilar.
Pero seguro
que llegar a los 60 años tiene sus
ventajas.
En el mes de setiembre del 2013, llegada a este vital momento, en
la situación descrita, decidí comenzar el trámite jubilatorio. Excitante
experiencia si las hay, tomar consciencia que luego de una vida de trabajo y
aportes al estado, recibirás por fin tu merecida recompensa en forma de
retribución mensual que te permitirá un retiro sin sobresaltos económicos.
Debía, para
comenzar, sortear dos obstáculos, proceder al cierre de una empresa, a la que
tuve el honor de contribuir en su quiebra años atrás y pagar la última cuota al
BPS (Banco de Previsión Social) que quedó sin abonar en ocasión del cierre.
Naturalmente una pequeña cuota de hace quince años, había crecido mucho más que
mis nietos, convirtiéndose en una robusta cifra, que mantuvo injustificadamente
abiertas mis mandíbulas por varios días.
Pero como los
misterios de la administración pública son insondables, para allanar el camino
opté por contratar los invalorables servicios de un escribano, que me guiaría
de la mano en tan enrevesados trámites. El profesional aportó su sabiduría como
corresponde, procedió a la liquidación de la empresa y sentenció que de ninguna
manera debía pagar la cuota atrasada, ya que pasados los diez años la deuda
prescribía. Impresionada ante tamaña palabra y con ciega fe en los servicios de
mi mentor, presenté entonces en oficinas de ATYR (Asesoría Tributaria y Recaudación),
una carta solicitando, al amparo de la ley, se hiciera efectiva la tal prescripción.
Y aquí comienza la aventura.
En el mes de octubre del 2013, fue presentada dicha solicitud,
parece que en diciembre del 2013 fue aprobada y
en el mes de febrero del 2014 se notificó dicha
aprobación. El trámite no
podía comenzar de mejor manera, en solo cuatro meses la administración había
logrado dar entrada al expediente, había comprobado que se debía una cuota y
había puesto a funcionar la maquinaria legal para llegar a la conclusión que
efectivamente esta deuda prescribía y como agregado hasta nos había comunicado
su resolución.
Alucinando
por la eficiencia y con cierta curiosidad por unas televisiones que veía en los
escritorios con unos teclados anexos (confieso que me llamó la atención no ver
las útiles Ollivettis que acostumbraba ver en estas oficinas) me dirijo rauda a
las oficinas del BPS que me correspondían, en el Shopping Costa Urbana, (ATYR está en ciudad
vieja) con la resolución en mis emocionadas manos a efectos de proseguir el
trámite. Digo proseguir porque en realidad lo comencé en setiembre, al
presentar la documentación y fue entonces que me dieron noticia de los
obstáculos antes mencionados. Al presentar la resolución, me entero que la
persona que llevaba mi expediente se había jubilado y naturalmente el nuevo
funcionario que lo llevaría comenzaría todo en foja cero, como corresponde. De
todas maneras me retiré feliz por el curso de los acontecimientos a esperar una
pronta resolución del tema.
En el mes de julio del 2014, encontrándome en el exterior por
razones familiares, en casa se recibió una llamada del BPS, pidiendo mi
concurrencia por haber una deuda pendiente. Nadie sino yo, titular del
expediente, podía concurrir, ni a informarse, ni mucho menos a tramitar nada.
En tales circunstancias concurrí en setiembre del 2014,
una vez de regreso al país.
Efectivamente,
la deuda que surgió a luz nuevamente era la misma de la cual había tramitado su
prescripción y había llevado amorosamente la resolución a la sucursal Costa
Shopping. El funcionario del sector empresas, convino conmigo, que seguramente
el funcionario de tramitación del expediente, no se había percatado de tal
resolución aportada por ATYR y presente en la carpeta, por lo cual la devolvió
prestamente a su origen, para que continuara su inexorable camino a la feliz
resolución. Volví a casa con la satisfacción de la tarea cumplida.
En el mes de octubre del 2014, luego de haber cumplido una
sencilla e íntima, pero no por
ello menos emotiva ceremonia, para festejar el primer año de nuestro expediente
primerizo y ante la falta de noticias sobre el mismo, decidí apersonarme en las
sagradas oficinas para informarme de la evolución del mismo.
Me enteré
entonces que el mismo estaba exactamente en la misma situación, es decir, con
una deuda pendiente. Seguramente ningún funcionario quería ocasionarme
contratiempos, por lo cual no me habían notificado, esperando que el tiempo
limara mi ansiedad y tomara las cosas con la ponderación necesaria. Ante mi curiosidad
me explicaron que en realidad la deuda no prescribe a los efectos jubilatorios,
sino solamente a efectos fiscales. Sin pretender entender ni remotamente que
significa este extremo, ya que no me considero merecedora de tal verdad
revelada y solamente para saciar una cierta ansiedad totalmente injustificada,
me dirigí a ATYR para confirmar la veracidad de esto. Efectivamente, allí una
supervisora, con todo el peso de su autoridad, obtenida tras una abnegada
carrera administrativa, confirmó, que ocho meses después de ser notificados y
diez meses después de su resolución, dicha prescripción no era vinculante a
efectos jubilatorios. Al comprobar mi gesto de asombro y darse cuenta que no me
enteraba del significado de su respuesta, agregó que en anteriores épocas, el
impreso donde se comunicaban éstas resoluciones, como el que me habían dado,
incluía una frase que aclaraba esta situación, pero ya no se hacía vaya a saber
por qué esotérica razón administrativa. Al ver su preocupada expresión me di cuenta que le asaltó la duda de si debía tomar alguna acción al respecto, como
elevar la solicitud de reimprimir esta frase en los futuros impresos, a algún
secreto comité resolutivo. En verdad volví preocupada por haber importunado a
ésta funcionaria, al enfrentarla a cuestiones tan complicadas.
De regreso a
la entrañable sucursal Costa Urbana, en noviembre 2014,
me apersono en el segundo piso (la ingeniería estatal ha dispuesto una oficina
en el segundo piso, otra en el primero y hasta una en planta baja) y entregada
a la versatilidad y destreza de un funcionario del sector de empresas,
acordamos y firmo un convenio, por el cual me descontarían en cuotas aquella pequeña cantidad, que
con los años se ha convertido en una saludable, robusta y enorme deuda. Una vez
más y conservando la duda de para que servirán aquellos televisores y teclados,
transporto el documento firmado al primer piso, a efectos de que continúe su
saludable carrera.
En diciembre del 2014, únicamente con el deseo de aportar
lo que me fuera posible, regreso para saber el estado del trámite. Esta vez me
entero que el trámite sigue igual, ante una deuda pendiente de pago, pero el
destino quiso esta vez que se
encontrara en el primer piso. Sin embargo, la funcionaria encargada de estas
liquidaciones no se encontraba presente, ya que nos informaron que atendía
dichos trámites solo los días viernes, pero justamente éste había tenido hora
con el médico.Confieso que no entendí bien la contestación del funcionario al
que pregunté a qué complicada tramitación se dedicaba el resto de la semana tan
diligente funcionaria. De manera que alegre de tener la oportunidad de volver
la próxima semana así lo hice. Me enteré entonces que como había aportado no
solo al BPS sino también a una AFAP, estaba vedado en mi caso la posibilidad de
financiar la deuda pendiente y debía pagarla de una sola vez antes de hacer más
nada. No me cabía el corazón en el pecho de la alegría de saber que quince
meses después de iniciados los trámites, tendría que hacer lo que podría haber
hecho el mismo día de comenzar. Pero quien me quitaba todo lo vivido en tan
emocionante periplo, que tanto aportó a mi vida y la maravillosa oportunidad de
conocer gente tan rica y eficiente, que elevó mi alma por alturas
inimaginables. No pude menos además, que recordar con cariño al escribano, que
encaminó mis pasos por las tinieblas con sus mejores intenciones. Recordé en la
ocasión el sabio dicho popular “pa semejante candil, más vale dormir a oscuras”
De manera que
con visible emoción - las lágrimas se me escapaban - le dije a la funcionaria
que estaba dispuesta a pagar lo
que fuera, de la forma que fuera, en el momento que fuera y bajo las
condiciones que fueran. Ella, consciente del momento de gran carga emotiva, me
sugirió, que me dirigiera a planta baja para confirmar fehacientemente que
disponía de causal jubilatoria antes de dar otro paso en falso.
Aquí debo
hacer otra aclaración. Como tengo varios años trabajados en España, país con el
cual hay convenio, desde un principio venía pidiendo que se consultara a dicho
país para homologar dichos años. Siempre se me dijo que no se podía hacer
mientras no estuviera resuelto el tema de la deuda. Esta vez se haría una
excepción y se enviaría a la sección de convenios internacionales a tales
efectos.
Como forma de
apoyo a todo este desempeño impecable de todos quienes me atendieron, decidí
entonces llevar personalmente una carta explicando mi situación al gerente de
la sucursal. Finalmente me atendió el subgerente, ya que según sus propias
palabras, el gerente, en días estivales como los corrientes, se encontraba en
costas rochenses, intentando aliviar la sobreexposición al stress al que se
veía sometido todo el año. De una temprana madurez, activo, elocuente, yo diría
canchero, recibió atentamente mi carta, primorosamente presentada en una
carpetita plástica, de llamativo color amarillo, recién comprada para adecentar
su entrega. Expresó con
la rotundidad de su exitosa carrera sobre sus hombros, que leería la carta a la
brevedad y una vez informado del
caso, tomaría cartas en el asunto y me avisaría sobre lo actuado.
Quince días
después, con el único fin de que no se molestara en ubicarme, me presenté ante
él para saber de las posibles novedades. Tras el saludo de rigor y luego de que
me comentara con una sonrisa que mi cara le sonaba de algo, le señalé la
primorosa carpeta que asomaba bajo una pila de papeles, sobre su escritorio.
Tomado consciencia que hubo del tema y luego de quejarse de los esfuerzos a que
se veía obligado para que el personal apoyara su gestión me despidió
asegurándome que todo se encaminaría.
Una semana
después, volví a planta baja, para ver si la solicitud a convenios internacionales se había realizado. Con
el mismo rostro impasible con que me atendían siempre, me dijeron que no,
porque si había una deuda pendiente, no se podía hacer. Decidida a no ocasionar
más inconvenientes ni molestias a toda ésta maravillosa gente, encaminé mis
pasos al segundo piso, sección empresas y pedí por favor al avezado funcionario
que había hecho el convenio original, que ésta vez quería pagar, todo, ya,
ahora, sin demora, liquidar la deuda, borrarla, aniquilarla, destruirla,
olvidarla. Gentilmente, el hombre accedió a mi pedido y ahora sí, por fin, me
dirigía orgullosa, liquidación en mano, al Banco República, a cumplir con mi
destino, y finalmente dejar de ser deudora. Cumplido el trámite, entregué el
recibo correspondiente en el primer piso, nos abrazamos con la funcionaria y me
retiré, esperando que ella una vez cumplimentado, enviara el expediente a
planta baja para continuar su camino, no sin antes volver a preguntarme por los
televisores y teclados en los escritorios. Nos deseamos felices fiestas y
acordamos que en un par de meses seguramente tendría noticias.
La próxima
experiencia la tuve sobre febrero del 2015. Me
presenté nuevamente a la misma funcionaria, para saber en qué estaba mi
trámite, a lo que me comentó que era imposible saberlo y que seguramente me
dirían algo de convenios internacionales cuando ellos lo dispusieran.
Entablamos entonces un animado diálogo, donde yo le conté la rica experiencia
de sobrevivir casi dos años sin cobrar un peso y como esto lo hace crecer a
uno. Tan animado se puso que en cierto momento, se levantó de su escritorio un
joven que después sabría que era su superior y me trajo a la realidad
diciéndome que todo hubiera sido más rápido si yo hubiera pagado en un
principio. Confieso que me dejó impresionada la capacidad de análisis de este joven mando medio, además de lo
oportuno de insertar el comentario justo y adecuado en una conversación donde
nadie lo había citado. Más enriquecida aún, si cabe, volví a casa en ésta
ocasión.
Por si aún
podía contribuir en algo, me dirigí entonces a la central del BPS, donde pude
averiguar que los jueves la sección de convenios internacionales atendía al
público, de manera que decidí no desaprovechar tamaña generosidad y allí marché
en busca de mi expediente.
Hasta el
momento la atención recibida en la sucursal Costa Urbana era irreprochable.
Cada funcionario me había informado cabalmente de los pasos a seguir con el
trámite, me habían informado puntualmente de cada inconveniente, demostrando
una atención personalizada más allá de toda obligación. No podía ser de otra
manera, visto el profesionalismo y la eficiencia de las jerarquías y mandos
medios, que ejercían la verticalidad de manera contundente y sin reservas.
Desbordado de tanta consideración, decidí pedir en central que reclamaran el
expediente y continuar allí el trámite, jurando en adelante pasar lo más lejos
que me fuera posible de la sucursal Costa Urbana, a efectos de no molestar, con
el cariño y agradecimiento que acompañarán el resto de mis días.
Ingresar al
edificio de la central del BPS es una experiencia muy singular. La estética
arquitectónica, esos escritorios con numeritos de acrílico de estética
setentera, el mobiliario casi intemporal y el gris que lo invade todo (incluso
a todas esas sombras que deambulan por los pasillos), hace que uno se sienta
integrante de un film en blanco y negro. Una abulia inmensa y una profunda depresión dejan el alma
espesa y pesada. Hay un profesionalismo del conjunto, que hace de la angustia
una verdadera sinfonía de grises. Aplasta. Destruye. Es algo así como esa
excursión que todos queremos no hacer bajo ninguna circunstancia. En fin, esto es
subjetivo y no era mi caso, ya que a esta altura este retiro espiritual que
significaba la tramitación de mi pasividad, me mantenía en un estado
permanente, entre místico y orgásmico. Conversar con un nuevo soldado de este
sagrado ejército amanuense era para mí una verdadera Epifanía.
Una vez en
convenios internacionales, segundo piso y al no encontrar el expediente, me
envían al cuarto piso, donde tampoco lo encuentran. Al volver al segundo, la
funcionaria que me atendió me recibe en tono festivo, sacudiendo en alto el
expediente, al grito de lo encontré! Lo encontré! Estaba en portería. Si, si,
si, en portería, desde diciembre hasta entonces, marzo, en portería, si, en
portería, si, en portería, si, en portería. Tres meses en portería, sí, en
portería.
Nuevamente
nos embargó la emoción y festejamos. Finalmente ella, con la dignidad que dan
los extensos años de profesión y la total solvencia a lo actuado, me dijo
seriamente. “Ahora sí, esto se envía a España, pero no espere noticias antes de
los tres meses, uno para ir el pedido, otro para el trámite y un tercero para
que vuelva”. Increíble. Ante tal verdad revelada regresé a casa pensando una
vez más que serían aquellas pantallas y teclados que había
por todos lados. Mi razonamiento fue que si Colón partió de Palos un 12 de
agosto de 1492 y llego a la isla de Guanahani el 12 de octubre, es lógico
pensar que con todos los adelantos técnicos actuales, aún estando mucho más al
sur y por lo tanto más lejos de España, tres meses alcancen para este viaje. Es
increíble como ha adelantado la ciencia.
En mayo del 2015, regresé a este templo a ver si había
novedades. Para entonces, se repetía un sueño noche a noche, donde un delfín
blanco cruzaba el atlántico con mi expediente en su boca, mientras una señal
intermitente lo seguía en su trayecto en una de esas pantallas que veía por
todos lados. Creo que cancelaré mi afiliación al cable, demasiado espectáculo
de calidad me está alterando.
En realidad
había recibido una carta de la Seguridad Social española, referida al trámite
de jubilación. Teniendo en cuenta que ellos no tenían ni remota idea de donde
vivía yo en ese momento, no es descabellado pensar que mi dirección la hubieran
sacado del mismo trámite del BPS que les había llegado.
No sin alguna
dificultad, trasmití dicho complicado razonamiento al funcionario que me
atendió, argumentando que si yo había recibido una comunicación, sin haber
pedido nada, se podía asumir que el propio BPS habría recibido algo en forma
paralela. (Creo que debo dosificar el CSI). Una vez que logramos establecer
comunicación y recibir una señal de respuesta, nos explicó que en el fondo
habían varias bolsas de correo llegadas de España entre otros lados, pero que
la funcionaria encargada de abrirlas (seguramente con algún máster en el exterior)
no se encontraba y claro está como podíamos imaginar a ella no le correspondía
hacerlo (seguramente su máster era en otra disciplina). Enfatizó una vez más
que el plazo mínimo esperable era el de los tres meses ya adelantado y que
hubiera sido mucho más rápido si en forma proactiva hubiéramos solicitado la
información a España al comenzar el trámite jubilatorio, como era lo común.
Haciendo caso omiso de una serie de tics nerviosos y otros movimientos
involuntarios de mi cuerpo, me explicó que ya me avisarían cuando algo se
supiera, eso sí, en forma telefónica, porque vivíamos en la Costa de Oro, lugar
donde no llegaba el correo del estado.
De los días
posteriores recuerdo poco, vagamente que mi marido dice que se asustó al verme
llegar a casa en un estado semi convulsivo, con un rictus casi sonrisa en los
labios y un fino hilo de baba cayendo por la comisura izquierda de mis labios.
Me vino bien porque las semanas siguientes las pasé en un sueño inducido que me
hizo recuperar fuerzas.
En julio de 2015, ante la necesidad de repetir una
medicación que utilizo, me dirigí a la sociedad médica a pedir la receta
correspondiente. Al llegar a la ventanilla, me informan que no pertenecía a
dicho centro asistencial. Ante mi asombro, al informar que hacía ya años que
estaba afiliada a la institución, el empleado, en forma totalmente
inconsciente, con una agresividad injustificada y prescindiendo de todo asomo
de delicadeza me dijo: USTED ESTA JUBILADA.
Cuando salí
de la sala de urgencias, donde me habían depositado dos amables enfermeros que
me recogieron del suelo, el corazón no me cabía en el pecho. ¡Qué grande mi
país!
Qué maravilla
que una institución que no tiene nada que ver con el BPS me dé la noticia para
agilizar los trámites. Que eficiencia.
Veintidós
meses después de iniciado el trámite y YA me había convertido en pasiva. Dos
años sin ingresos, pero finalmente ya podía contar con el mínimo jubilatorio
por el que aporté toda mi vida. Ahora lo único que restaba era cultivar a fondo
mi conducta para no caer en los excesos propios de la abundancia. Cobrando
apenas un quince por ciento menos que el salario mínimo, podría repartir con mi
familia, atendiendo siempre a no generar vicios innecesarios. La vida me
sonreía.
En verdad,
recomiendo a toda persona que haya llegado a ésta feliz edad que tome con
alegría y deportividad la tramitación de su pasividad (que claramente no tiene
nada de pasiva). Es una experiencia integral. Intercambiar puntos de vista con
gente de la riqueza espiritual de los funcionarios, comentar en los variados
corrillos de la espera sobre nuestras vivencias burocráticas con los otros
promitentes pasivos. Sentirse en todo momento tratado con respeto, yo diría que
casi con cariño por estos vocacionales del servicio y sobre todo verlos
contener a aquellos que están más castigados por los años. ¡Con que amor tratan
a esos adultos mayores que tienen menos contacto con la realidad! Si hay algo
que lamento es no continuar teniendo una excusa para seguir yendo a estos
eventos casi lúdicos pero que tanto enseñan. Después de transitar el desierto
de treinta o treinta y cinco años de trabajo, esto es llegar a un oasis, lleno
de paz, sabiduría, hermosos paisajes y sobre todo muchos camellos…
Ahora ¡a
disfrutar!......
ACLARACIÓN
NECESARIA
Me resulta
imperativo expresar que todos los hechos narrados, referidos a los trámites
realizados, son absolutamente reales. No hay en ellos la más mínima imaginación
y mucho menos exageración. Esta triste y gran lección de nuestro mejor absurdo,
es exclusiva obra de nuestra administración, cultivada con tesón y esfuerzo por
años, por generaciones de inútiles, que orgullosos, transmiten a sus sucesores
su desprecio a los demás y su culto a la falta de inteligencia, al amparo de
unos mandos que incentivan estas taras, por ser incapaces de superarlas.
Ver el
tránsito de nuestros viejos por el laberinto del BPS y el trato que reciben por
parte de muchos funcionarios es desgarrador, y verse en ese espejo uno mismo,
consciente que en un posible futuro próximo no conservará la capacidad de
desprecio que aún mantiene, es por lo menos preocupante.
Por nuestros
viejos… a quienes nos debemos.
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